Me llamo Raquel García Síscar y estudio el Grado en Psicología. Desde hace varios años recibo terapia ambulatoria en un centro especializado en TCA, problemática que desarrollé a causa de un Trastorno de Estrés Postraumático. Desde entonces, la mayor dificultad en mi día a día es tratarme bien, creer en mí y en lo que hago, volver a sentir cada segundo de respiración y afrontar todos aquellos recuerdos que vienen una y otra vez. Sé que esos pensamientos no puedo pararlos, ni puedo hacer que no se presenten cuando menos lo espero ni cuando más tranquila estoy; pero sí está en mis manos darles la menor importancia posible, cambiar hábitos menos saludables por otros mejores y crearme un ambiente cálido y agradable en mi interior con el que convivir día a día, pues con quien siempre voy a estar es conmigo y es a mí a la que tengo que cuidar y mimar más que a nada.
Cuando peor se está es cuando menos te acuerdas de todo lo que has aprendido y todo lo que sabes, por eso cuanto más trabajo dediques a eso que más te cuesta, más se interiorizará y al final llega el día en que sin darte cuenta la calma llega sin apenas esfuerzo.
Yo aún sigo en ese proceso de interiorización. Y mentiría si dijera que no duele, pero si pienso en hace un solo año soy consciente de todo lo que he avanzado gracias a esos minutillos que empleo cada día en mí. Sola es imposible, pero con una rutina en la que más gente está detrás, que te apoya, que te indica, se hace más ameno.
Es por esto, que cuando me enteré que había un reto de 21 días de Mindfulness no dudé en hacerlo y corriendo me apunté, segura de que me iba a ayudar. También creí que hacer algo distinto captaría más mi atención.
Aquí va, pues, mi experiencia día a día a través del reto mindfulness, esperando que mi vivencia pueda resultar de ayuda a alguna de las personas que están ahora al otro lado de la pantalla. Si no lo has hecho, no es tarde. Siempre es buen momento para empezar a cuidarse.
Día 1: Cambia tus rutinas cotidianas
Hoy era día de cambiar algo en la rutina y desactivar ese piloto automático. Al principio me ha costado pensar qué cambiaría, hasta que en el reto he visto que una de las opciones era: “¡cambiar la ruta al trabajo!”. Entonces, ¡ya está!, he cambiado mi ruta, pero de paseo.
Parecerá una tontería, pero los paseos cada día se hacían un sufrimiento. Algo que tenía que hacer como por ‘obligación’ y que no disfrutaba. A veces puedo llegar a ser demasiado maniática y obsesivay tenía que hacer siempre la misma rutina, ir por las mismas calles y casi respirar las mismas veces. Me molestaba encontrarme con alguien y pasaba con la mirada baja, casi corriendo, ya que podría suponer interrumpir mi ruta y me ponía muy nerviosa. Incluso odiaba pasear con alguien porque me estorbaría en mi obsesivo control.
Y he decidido cambiar eso. He decidido ir sin rumbo, salir de mi zona de confort e ir un poquito más allá. También me he dejado sentir, respirar y ver más allá del asfalto. La experiencia ha sido ¡brutal!
He soltado el pie del acelerador y del freno y me he dejado de automatismos. Y entonces…he disfrutado de un paseo como hacía tiempo que no disfrutaba. Incluso luego se ha incorporado mi madre y hemos charlado, hemos visto conejos, hemos respirado la mañana y nos hemos comido a deseos. Hemos saludado a gente que, madrugadora igual, salían al fresquito.
Hoy no he salido por obsesión. He salido a ver amanecer de una forma sana y consciente. Nunca hubiera imaginado un paseo así.
Día 2: Meditación al lavarse las manos
Para hoy he elegido un jabón con olor a chuches para que lo sensorial se mezclara, todo en uno. El olor, el tacto… Al principio la verdad que no sentía nada. Aún me cuesta sentirme y sobre todo sentir el tacto sobre mi piel. Mi piloto automático de alerta se enciende y hace que todo sentido táctico se convierta en una experiencia mala. Entonces he cerrado los ojos y he sido consciente de lo fuerte que me lavaba las manos, sin ningún tipo de cuidado.
Cuando me he relajado más, ya podía sentir el olor a dulce, la suavidad del jabón, que era poco espumoso y lo importante: que era yo la que estaba tocándome. Despacio he cerrado el grifo y he seguido lavándome más despacio, sintiendo mis dedos, mi piel y cuidándome con suavidad, mimando una parte de mí.
Mentiría si dijera que no quería que parase y terminase rápido, pero he continuado a pesar del malestary al final he sentido un poquito más de mí y que puedo autocuidarme con algo tan simple. Que puedo quererme, despacito, a mi ritmo, pero que no hay que perder esos segundos de vista en el día a día, pues muchos segundos hacen horas y las horas harán que esa sensación cada vez sea más agradable.
Día 3: ¡Mira!
El lugar elegido ha sido mi habitación. Porque es allí donde paso muchas horas, porque es “mi castillo”, mi amigo y confidente, pero al que nunca he mirado más allá. Las sensaciones han sido de calor, tristeza, frío, esperanza y desesperanza, abandono, irritabilidad, vacío y compasión. Me he fijado en aquello que me gusta y lo que no. En mis figuritas, en el color del mueble, las vetas de la madera y el olor. Paso todo el tiempo ahí, es donde estudio y donde duermo, donde leo, veo mis series, pienso y hablo y ¿estoy cómoda?
Llevo días incómoda, soportando un malestar abrumador. Hay muchos objetos que me recuerdan a un pasado desestructurado y torturador y nunca me fijo en esas cosas que puede que sean un factor perjudicial. Me ha ayudado este reto a pensar en qué podría cambiar para estar a gusto. Para hacerlo más acogedor y sentirme yo.
Entonces, ¿qué puedo hacer? Creo que voy a tirar cosas, comprar otras nuevas, cambiar el ambientador y dar más claridad. Quitar la oscuridad que por tanto tiempo me ha atrapado. No puedo cambiar los pensamientos ni apartar los recuerdos, pero sí puedo hacer que la claridad llene mis espacios de dolor y los fantasmas se vayan con todo aquello que tire a la basura. Puedo crear “mi espacio”, el que yo quiera y no conformarme con lo que tengo.
Día 4: ¡Escucha!
¡Qué complicado! Si escuchaba no pensaba y los pensamientos venían a su antojo. La costumbre. No era capaz de mantener la atención más allá de un minuto. Volvía mi cerebrito a no dejarme conectar y no solo no escuchar, sino que me impide incluso ver. Tanto es así que si me saludas y no contesto no es que necesite gafas, ¡es que estoy pensando! Confieso que a la media hora lo he dejado. Pero cuando lo consiga va a ser ¡genial! Me imagino descansar de verdad después de un día de estudio o de trabajo. Sin pensamientos que impidan dejarme disfrutar de “mi momento”.
Día 5: ¡Come!
Hay días que simplemente ese momento no existe. No pasa nada. Todos los días son un buen momento para retomarlo. Este en concreto para mí es un reto precioso para conectar, para poder saborear y aprovecharlo para poder hacerlo con algo que te guste y que a veces con el ritmo de vida que llevamos, solo tragamos. Pero ha sido demasiado intenso y la ansiedad ha ganado la batalla. Pero por hoy, no por siempre.
Día 6: ¡Respira!
Hoy necesitaba reconectar conmigo y estar sola. En esa reconexión he comprado un cuadernito para hacer el reto mientras tomaba un café. Cuando he abierto los ojos parecía una gráfica del pulso del corazón. Casi tan perfecto. Ni dejándome llevar intento hacer las cosas “menos bien”.
Lo que sí me he dado cuenta es de que la respiración al principio era muy corta, tensa y luego ha ido cambiando y las líneas eran más largas hasta tener que parar porque me salía de la hoja. En ese proceso mi cuerpo ha cambiado de postura, de la inflexión a la comodidad. El día ha sido duro y me ha ayudado a relajarme y a respirar con más tranquilidad. Junto con eso, mis pensamientos han cambiado a más positivos y es increíble como algo tan mínimo puede crear un ambiente interno tan bueno.
Lo he hecho varias veces en el día porque me ayudaba en cada lágrima y en cada lucha interna conmigo misma y el odio hacia mí. Respirar y dejar que el cuerpo se oxigene me hace pensar que no merezco maltratar algo tan bonito y que lucha tanto por sobrevivir y salir adelante, aunque yo intente a veces que no lo haga.
Respira y abrázate.
Día 7: Somos agua
Hoy parece que hubiera conectado con este reto pues, sin saberlo, cuando me he levantado he sentido la necesidad de una ducha con agua fría. Pero una de esas duchas de las de sentir el agua en tu cuerpo, notar el frío, limpiarte de todo aquello que no quieres y que resbale junto con el agua y el jabón.
Hoy he sido consciente y no sé si es por conectar todos los días un poquito durante una semana que ya “vas sintiendo”, vas conectando y es tan bonito… Yo no soy de agua fría, siempre tiene que estar caliente pero hoy me ha sentado sumamente bien. He dejado ir todo aquello que me hacía daño y he respirado por todo aquello que quiero conmigo.
Día 8: El momento es ahora
Mi pegatina en el reloj y lista para vivir ¡El ahora!
Sé que en nada se despegará y como mucho durará un día, pero seguro cuando mire el reloj, alguna de esas veces me recordará que hoy es el mejor día para estar, para abrazar, para pasear, estudiar. Que el pasado ya no está, que es algo que nunca va a volver y no puede hacer que deje de vivir el presente.
¡Ahora o nunca!
Día 9: Gratitud
¡Me encanta este día!
Muchos terapeutas me decían siempre que antes de dormir escribiera tres cositas del día que me hubieran hecho feliz, sean cuales fueren. Situaciones, momentos, personas, sensaciones, paisajes, olores… y nunca lo hago, por pereza o por poca costumbre. Y de verdad que es algo que me ayuda muchísimo cuando voy a dormir. Cuando en lo último en lo que piensas es en aquello que te ha hecho feliz los pensamientos se calman y puedo relajarme con mayor felicidad.
Espero hacerlo más a menudo. Empezando por hoy, voy a poner mis pequeños momentos:
– La charla inesperada con Laura
– La conversación con una mamá
– El café de por la mañana
– Los besitos de Coco
– Las cosquillas de mamá en la sala de espera
Día 10: Déjalo ir
Este día lo voy a recordar siempre. Ha sido muy emotivo. He escrito aquello que me hace daño desde hace mucho tiempo, aquellos pensamientos que no quiero que estén conmigo y los he dejado ir. Mientras estaba en la ventana mirando al cielo e imaginando cómo volaban. Ha venido Coco (mi gato) y por un momento los dos mirábamos al mismo sitio, a lo lejos en el cielo. Y justo he podido capturar ese momento. Coco vino a mí en un momento en el que los pensamientos de uno de esos globos me estaban haciendo tanto daño que no pude soportarlo más. Y apareció él, tan pequeñito, a mis pies. Desde entonces creamos una conexión muy especial y sé que en este día él también me acompaña para que vuelen bien lejos.
Hacer los globos y dejarlos volar me ha ayudado a separarme de la tensión que llevo acumulada. He de confesar que me ha servido igualmente para soltarme y dejarme llevar y llorar.
Por fin, puedo llorar.
Adiós, globos.
Día 11: Nubes de pensamientos
Hoy las nubes de pensamientos son de varios colores. Hay varias nubes negras que reflejan todo aquello que hoy me llena de rabia, odio, desesperanza, ira. En el centro una nube azul contiene la palabra esperanza y lucha porque siento que es la que se abre paso a empujones y la que cada día va creciendo mientras la voy regando con todo aquello que hago para mantenerla ahí. Otras azules más pequeñas se derriten en lluvia como la que lleva la palabra amor. Porque siento que no voy a poder querer como antes y cada día que pasa la lluvia va destrozando un poco más esa nube. Ojalá algún día crezca de nuevo, pero ahora siento que nunca olvidaré lo que la cercanía de otra persona me hizo sentir.
Otro color es el marrón. Nubes que están ahí. Pensamientos que no dañan pero que tampoco son tan positivos como agotamiento, huida. Y por último hay unas nubes de color verde y pequeñitas que son las que me hacen seguir adelante como la danza o la psicología.
Puede que todas las nubes deban convivir juntas pues no son todas azules o todas negras y creo que por eso he utilizado otros colores, pero sí puedo fijarme en aquellas que me pueden ayudar más y aprender de las demás.
Como decía antes, puedo regar y dedicar más tiempo a las azules y las verdes.
Día 12: Meditación del minuto
En este reto he cerrado los ojos y he escuchado los pájaros, a mi madre con los platos a las 6 de la mañana y he notado cómo el aire me rozaba con suavidad en la cara. Y justo he parado en el minuto, sin contar. Me ha parecido muy corto, demasiado. Quería disfrutar más de ese momento, pero entonces ¿por qué he parado tan deprisa? Y es que creo que no me permito esos momentos, que no me permito parar y cuidarme. Quizás por el miedo a la llegada de pensamientos o por el miedo a tener que ponerme frente a mis miedos. El no parar y el no relajarme hace que esa máscara quede pegada a mi cara y no vea más allá de órdenes, rutinas y perfeccionismo, dejando ir y perdiéndome todo lo demás. Necesito permitirme más minutos, necesito ponerle cara al miedo y hacerle frente, pues solo así, con esos minutos de más, podré ser libre.
Día 13: Afrontar serenamente la incomodidad
Si tuviera que definir este reto en dos palabras sería: ¡demasiado genial!
Al principio la incomodidad era patente en el movimiento de las manos. No paraba de moverlas y cambiar de posición. Notaba cómo el hielo quemaba, el escozor, la incomodidad de aguantar y que me vieran (estaba en la cocina) por ese miedo a ser juzgada.
Después de un rato mi mente, inconscientemente, se ha ido a pensamientos bonitos como el momento de ver mi “bata blanca”, mi casa, la imagen de un Spa… Últimamente suele ser un recurso en mí cuando algo me duele (tanto física como emocionalmente) Pienso en cosas positivas y aunque al principio la mente vuelve al lugar del dolor una y otra vez, a los diez minutos estaba totalmente relajada. Incluso mi espalda se había apoyado en el respaldo.
Justo es cuando mi padre ha entrado. Y cuando en otros momentos hubiera tirado el cubito por el miedo a que dijera que qué hago. Pero he aguantado con mi hielo y ha sido cuando mis dedos más se han acariciado y he imaginado que no es ninguna tontería y que hay mucha gente a mi alrededor que no opina eso. Me he sentido arropada por todos aquellos que me ayudan en los días más difíciles y que siempre están ahí.
Resumidamente: me he dado cuenta de todo lo que he madurado, de lo que voy aprendiendo y sobre todo de cómo voy defendiendo lo mío.
Día 14: Salida de emergencia
Me ha costado muchísimo centrarme en la respiración. Notaba como todo mi cuerpo se tensaba y cómo incluso me dolían las extremidades y la mandíbula. Intentaba relajarme, pero hoy no me ha sido posible. La respiración sí me ha ayudado a dejar por un momento de lado todos esos pensamientos que hoy hacen que me vuelva irascible con cada minuto que paso conmigo. La respiración y esta salida de emergencia, como su bien nombre indica espero tenerla presente en esos momentos tan delicados y tan importantes que pueden tener un antes y un después tan abrupto. Frenar hacerme daño en el momento preciso y esperar. Siempre puede esperar. Y de verdad calma. Me imagino saliendo por una puerta de emergencia de las de verdad, de las rojas y dejando atrás esos impulsos que luego solo hacen que te sientas peor.
Qué orgullosa de poder cerrar esa puerta y dar con el pomo en las narices a esos pensamientos que sólo quieren una forma rápida de calmarme cuando no saben que hay mil formas más y más sanas que esa. Pero hoy he vencido. Y si se puede una vez…
Día 15: Desintoxicación digital
Qué bien me ha sentado dejar a un lado el móvil. No sabía cuánto tiempo se pierde a veces sin mirar nada, cosas vacías de contenido y todo lo que dejas de hacer por ello como por ejemplo dedicarle más tiempo a mi gato y jugar con él. Entre estudio he jugado con Coco y me he reído, cosa que con las RRSS no suele pasar. He disfrutado mucho la verdad.
Pero por la tarde sí que he conectado porque sí es necesario desintoxicarse, pero yo no quiero hacerlo de la gente y las cosas bonitas que me aportan las RRSS. En la época en la que vivimos se convierte casi en necesario, pero ahora soy más consciente de que puedo dedicarle menos tiempo a ello y dedicarle más tiempo a lo que me rodea en el tiempo y espacio. Qué importante cuidar lo que uno tiene al lado y qué agradecido se vuelve.
Día 16: Meditación en tres minutos
Me ha costado hacer la meditación por la cantidad de pensamientos negativos que me venían a la mente. Aparecían, se iban y volvía a aparecer. Lo dejaba estar, pero mi cuerpo, demasiado tenso, empezaba a respirar con dificultad y ya sé lo que eso significa Así que he parado.
Pero no pasa nada. Me siento bien porque me doy cuenta más a menudo de cómo se siente mi cuerpo y cómo me siento yo y así poder escoger otro día del reto que me resulte menos costoso como el de lavarme las manos.
Día 17: Atención a la respiración
Mi respiración hoy era muy corta, como a trompicones. Y entonces con las manos en la tripa imagino cómo ese aire entra por la nariz, sube por el cerebro y baja por todo el cuerpo. También imagino una luz que la acompaña. Es una luz interior que ilumina cada parte de mis órganos impulsada por ese aire que me da la vida. Esa luz es de diferente color cada vez, pero siempre es una tonalidad muy muy suave. Suele ser verde, azul o transparente. Me ayuda un montón a hacer que esa respiración sea más profunda.
He conectado con mis pensamientos y me he dado cuenta de que cuando estoy sentada y me duele el pecho es porque no respiro bien y tiene que ver con el estrés, los pensamientos, el cansancio.
Ahora, aunque esté en el escritorio o andando incluso por la calle, pienso en esa luz y en la respiración y siento una paz interior tan grande que sonrío sin darme cuenta.
Día 18: Escáner corporal
Cómo cuesta relajar cada parte del cuerpo sobre todo la parte de la cara y la mandíbula. Poco a poco. Este audio voy a intentar hacerlo al finalizar del día, aunque sean días alternos. Estos audios los hago tumbada porque sentada me duele bastante la espalda y me siento incómoda. De no poder relajar, me he creado yo misma más tensión y ha sido como un círculo en el que jugaba a ver quién podía más, si mente o cuerpo.
A veces es mejor dejarlo estar.
Día 19: Meditación de los sonidos
Cuando pienso en el lugar de la habitación en la que me encuentro, es curioso que me siento tan pequeñita que parece como si mi cuarto fuera el doble de grande. Me siento nada dentro de mucho. He podido concentrarme mejor y relajar mi cuerpo y me ha resultado muy gratificante. Mi respiración era más profunda con una luz azul muy bonita. Me ha encantado oír cosas que ni siquiera percibo ya como las manecillas del reloj que me regaló mi padre una vez, y el silencio entre segundos y también cómo a veces crujen las paredes de la casa. No he oído nada más. Mis pensamientos eran neutros y ha sido un gran alivio.
Día 20: Atención a los pensamientos
Una pantalla con imágenes de mi infancia. De una niña pequeña. Todos los recuerdos han sido imágenes rápidas de esa infancia dolorosa, de esos aspectos que me hacían daño. Y cuando me he dado cuenta unas lágrimas recorrían mi cara. Pero aún así, he decidido seguir y ver cómo solo era una pantalla de cine, una película en la que yo no estoy allí, sólo son recuerdos. Al respirar, esas imágenes no se iban y mis lágrimas me dolían de una manera descontrolada, pero no pasa nada, todo está bien (me iba diciendo).
He superado el audio y cuando he terminado me he permitido seguir llorando. Me ha servido para extrapolarlo con todo aquello que en un momento dado puede hacerme daño como un comentario, una mirada y verlo como en una pantalla de cine, con cierta distancia, desde mi butaca. Con esa lejanía que hace que puedas pensar con coherencia y no dejarte arrastrar por las emociones.
Día 21: Un lugar seguro
Nunca he podido encontrar mi lugar seguro. Por más terapia que hiciera no he logrado encontrar en qué lugar me siento a salvo, segura, sin miedo. Creo que todos los lugares tienen una historia y esas historias tienen su lado negativo.
Pero sí encontré un sitio inventado al que acudir y vino solo mientras calentábamos en la clase de danza española. La música me llevó allí y desde entonces lo he hecho mío. Siento su olor, sus colores, su tacto. Y me siento a mí, feliz, tranquila. Y lo importante de un lugar seguro es eso, poder crear un ambiente relajante. He pensado en buscar una foto muy parecida de ese lugar para ponerla en mi pared y así recordarme cuando me sienta intranquila que puedo acudir allí y coger el audio y tomarme unos minutos.
Me ayuda muchísimo, pero es verdad que cuando me encuentro en un estado tan agitado me olvido de todas las herramientas y no sé cómo actuar ni cómo afrontar la situación. Por eso, este reto me ha ayudado a practicar un poco más y tener más constancia y cuando llegan esos momentos rápidamente y casi inconscientemente acudes a todos estos días y a otros muchos que tienes en tu mochila de recursos y no digo que todo se pase y ya; pero puedes aprender a convivir con un pasado que te hace daño cada día sin que ello te invalide y puedas hacer que tu día a día sea un poco más feliz.
Día 22: Haciendo balance
Dicen que sólo bastan 21 días para que se produzca el cambio, y ahora creo en ello.
Empecé muy motivada y con ganas de aprender a conocerme mejor y sobre todo a tratarme mejor si cabe, pero mis expectativas tampoco estaban tan arriba. Al terminar me he dado cuenta de que sí ha habido un cambio en mi rutina diaria. Desde que me levanto y abro los ojos hasta que me acuesto y los cierro. Inconscientemente unas veces y conscientemente otras, cada día aprendo y modifico algo. Si siento miedo, ya sé que tengo mi lugar seguro cerquita y que en cualquier sitio y momento me puedo parar a respirar y volver. Si la crisis de ansiedad me supera intento coger una hoja y dibujar líneas respirando y eso me calma. Cuando me miro en el espejo y me odio cojo una crema que tengo con olor a vainilla y me mimo. O cuando llevo estudiando todo el día y ya mi mente me dice basta, me doy un paseo consciente escuchando, mirando y quitando ese piloto automático que antes me impedía visualizar lo que tenía a mi alrededor. También sigo dibujando esas nubes y globos con todos los pensamientos negativos del día y los dejo ir y escribo esos tres momentos positivos para quedarme con ellos.
Pero lo que más me ha ayudado a nivel personal es saber sobrellevar esa incomodidad que a veces no podemos evitar porque depende de los demás y no está en nosotros cambiar eso. Por ejemplo, cuando alguien cercano actúa de una manera que nos hace daño o nos dicen algo que duele. Pero quizás tampoco sepan hacerlo de otra manera. Entender esa parte externa a mí, me ha hecho muy consciente a la vez de mis propias necesidades y aprender a poner límites de una manera sana. Hay momentos en los que tenemos que respirar y aguantar “ese hielo que quema”.
Por otra parte, me ha ayudado a hacer frente a esa incomodidad de pensamientos intrusivos y que me dañan. De esta manera dejo que como los troncos de un río vayan pasando… y sí, acaban desapareciendo y entonces me digo a mí misma algo positivo y me doy el permiso de abrazarme.
Sé que a veces no es fácil sentir todo esto, pero todo lleva un proceso y puede que 21 días no sea el cambio definitivo que uno espera pero cada día, cada minuto, cada segundo que dedicas a ti es tiempo que suma y la suma de muchos días ayuda a que puedas vivir de una manera más agradable, con todo lo que porta, tanto negativo como positivo. Si puedes cambiar algo, ¿por qué conformarte con lo que tienes?
Gracias Clínica Cabal por estos días y por esta gran oportunidad.