Nº de registro Sanitario C.2.2/5831

Sanar la Infancia

Si ahora te preguntase por cómo recuerdas tu infancia, ¿qué me dirías?

Si a mí me hubieran hecho esta pregunta 10 años atrás, hubiera dicho: “muy bien, en el colegio estaba bien, con los amigos bien, con mis padres bien”… ¡y no estoy mintiendo!, Lo que pasa es que esta versión solo refleja una parte de la experiencia, una en la que la experiencia no estaba integrada del todo, recordaba desde el pensamiento pero no desde la emoción, porque si te fijas en la descripción que hago “bien” no da información.

Si me preguntases ahora te diría recuerdo sentirme contenta en el colegio, a veces un poco preocupada porque no me salían bien las matemáticas, sentirme acompañada por las compañeras del cole, y también a veces sentirme un poco sola, quizá porque mis padres trabajaban durante todo el día y recuerdo algunos momentos dónde yo “aún era pequeña” y me levantaba por la mañana sola porque ya habían salido y que llegasen a media tarde. Cómo ves, no he contado sucesos traumáticos, pero sin embargo, ahora veo esa soledad que sentí cuando era pequeña.

Entiendo que estos sucesos hicieron algo de mella, y generó una pequeña herida en mí.

Para mí es importante que sepas qué pasó en tu infancia, cómo te cuidaron, cómo te hablaban, qué valoraban de ti, cómo te calmaban, quién jugaba contigo… porque aprendemos a tratarnos como nos han tratado. Para mí es importante que tengas acceso a toda la información de lo que te pasó para que puedas entender mejor lo que te pasa a día de hoy.

¿Qué quiero decir con eso?

Imagina que al tener 6 años, estás en el parque, te caes y te haces daño. Si tu madre está pendiente y te ve, a lo mejor se angustia mucho y no sabe qué hacer.

Quizá te pone agua en la herida, te sople pida que te quedes quieta, te dice que andes… Imagina que ella prueba diferentes remedios para que te sientas mejor pero sin ponerle nombre a lo que te pasa a ti, ni a ella.

Quiero decir que por ejemplo delante de toda esa angustia, sería beneficioso escuchar de tu madre un “cariño, qué susto, te has dado un golpe, me he asustado yo también, vamos a mirar que no te hayas hecho mucho daño, llora, está bien, estoy aquí, estoy contigo”.

Esta reacción de tu madre respecto a tu dolor puede explicar cómo a día de hoy afrontas las situaciones cuando tienes miedo, si pruebas diferentes estrategias para calmarte, si tus pensamientos te calman o más bien te angustian.

Imagina esa misma escena en el parque pero con tu padre, o tu abuelo, o tu tía, o tu hermano. Te caes y te haces daño y comentan en cuchicheos con las otras personas del parque “no la miréis, que sino llora” o minimizan tu dolor con algo así como “venga, que no pasa nada, levanta” cuando tú en ese momento necesitabas que se diera voz a lo que estabas sintiendo, que se validase tu miedo, tu dolor y no fue así. Quizá esta reacción del entorno, puede explicar cómo a día de hoy no te permites sentir emociones más incómodas, que no negativas, porque todas tienen su función.

En el trabajo terapéutico respecto a la infancia, hay que hacer un duelo con los padres, un duelo por la pérdida, por la tristeza y el dolor que supone haber necesitado unas cosas y haber recibido otras, también buenas quizás, pero no las que necesitábamos para sentirnos valorados, importantes, merecedores de amor…vistos por ellos, que existíamos.

Desde mi enfoque, una visión de la psicología humanista integradora, es necesario sentir la emoción en el cuerpo, salir del pensamiento y de la cabeza,  porque esto lo podemos entender desde nuestra visión adulta. Ahora, Yo adulta, puedo entender que mis padres estaban poco en casa para poder ganar dinero y que yo pudiese ir a la escuela y tuviera comida y regalos en Navidad.

Aunque mi Yo niña, esto no lo entiende, ella solo sabe que se sentía sola y que eso dolía, por eso necesita expresar ese dolor que tuvo y que no pudo hacerlo antes.

Por un lado, si este trabajo de reparación y actualización de estas experiencias no se hace, es probable que esa “pequeña herida” se vaya haciendo más grande y cada experiencia vaya sirviendo para confirmarnos que no somos dignos de ser amados.

Por otro lado, es necesario poder hacer este trabajo de que nuestra Yo adulta entre en escena y tome las riendas de nuestro camino para poder sostener el dolor de nuestra Yo niña. Para entender que, aunque no somos culpables de lo que nos pasó en la infancia, en el presente sí somos responsables de lo que hacemos con aquello que nos sucedió.

En definitiva, la herida infantil de la que yo hablo en los relatos es un cúmulo de experiencias, emociones y necesidades que no fueron atendidas o cubiertas como necesitábamos en el pasado y se van repitiendo a lo largo de las etapas de nuestra vida como “una oportunidad” para poder hacerlo diferente.  Es cierto, que en el presente hay determinadas situaciones, por ejemplo el conflicto con la autoridad del jefe o el conflicto en la relación de pareja, que nos activan viejos patrones de relación y florecen emociones arcaicas y es ahí donde tenemos que pararnos a reflexionar “qué me ocurre a mí con eso” para que podamos revisar los sucesos de la infancia, y así reparar y actualizar la vivencia para tomar conciencia de que a día de hoy ya no podemos usar herramientas que se han quedado obsoletas y no están adaptadas a la situación actual, sino reconocer que tenemos otras herramientas disponibles para satisfacer nuestras necesidades.

¿Quién es Marta Segrelles?

Marta es Psicóloga general Sanitaria, especializada en psicoterapia infantojuvenil, educación emocional y crianza consciente.  Hacer hincapié en los contenidos teóricos de estos campos le ha hecho ver la importancia de la infancia en nuestro desarrollo emocional posterior, y de ahí el por qué de este artículo tan acertado. Además, comparte habitualmente en su Instagram (@psicologa_martasf) y en su blog (https://psicologamartasegrelles.wordpress.com/) los relatos de la niña herida, poniéndose de ejemplo y modelo para todos sus pacientes y lectores. Marta es consciente de la importancia del trabajo personal para cualquier persona, más aún en esta profesión, y reconoce todas las herramientas que ha adquirido en su propio procesos terapéutico Gestal. Su capacidad para conectar con su vulnerabilidad y mostrarla es, sin duda, una de sus grandes fortalezas.