Nº de registro Sanitario C.2.2/5831

Cómo establecer límites y otras pautas de conducta para niños

¿Qué son los límites y las pautas de conducta?

En lo afectivo, poner límites es ayudar al niño a controlar aquellos aspectos de su conducta que él no puede dominar por sí mismo. Ejercer un control sobre sus actos con ayuda de los adultos, le permitirá incorporar normas y valores. La función de apoyo cumple con la puesta de límites. El proceso de aprendizaje de los límites se desarrolla en el marco de las relaciones interpersonales.

No vamos a poder evitar algunas situaciones, pero desde nuestro rol somos responsables de guiar, de apoyar, para canalizar las conductas del niño hacia un crecimiento autónomo en que construya por sí mismo sus propios límites.

¿Qué hay que hacer para establecer límites?
1. Establecer límites específicos y realistas
“Pórtate bien”, “Sé bueno”, o “no hagas eso” son expresiones que significan diferentes cosas para diferentes personas, ya que son muy poco específicas. Un límite bien especificado dice a un niño exactamente lo que debe hacer y en qué momento concreto. Por ejemplo: “Habla bajito en una biblioteca “, “Da de comer al perro ahora”, o “Agarra mi mano para cruzar la calle”.

2. Ofrecer alternativas a los límites impuestos
La libertad de oportunidad hace que un niño sienta una sensación de poder y control, y así reducir la posibilidad de que proteste o se resista. Por ejemplo: “Es la hora del baño. ¿Lo quieres tomar con la ducha o en la bañera llena?”, “Es la hora de vestirse. ¿Quieres elegir un traje, o lo hago yo? Esta es una forma más fácil y rápida de decir a un niño exactamente lo que hacer.
3. Aplicar los límites con firmeza
Un límite firme hace saber al niño que debe obedecer en el instante en que se le propone el mismo. Por ejemplo: “Tienes que meterte en la cama ahora”. Los límites firmes deben ser aplicados con una voz segura, sin gritos, y acompañados de una expresión de seriedad. Los límites más suaves suponen que el niño tiene una opción de obedecer o no. La firmeza está entre lo ligero y lo autoritario, sin incurrir en ninguno de estos extremos.

4. Acentuar lo positivo
Decirle a un niño lo que debe hacer (“habla bajo”) antes de lo que no debe hacer (“no grites”), así como felicitarle por las conductas positivas en lugar de hacer únicamente críticas sobre las negativas.

5. Mantenerse al margen de la causa del límite
Cuando decimos “quiero que te vayas a la cama ahora mismo”, estamos creando una lucha de poder personal con nuestros hijos. Una buena estrategia es hacer constar la regla de una forma impersonal. Por ejemplo: “Son las 8, hora de acostarse” y se le enseña el reloj. En este caso, algunos conflictos y sentimientos estarán entre el niño y el reloj, en lugar de entre el niño y los adultos. Asociarán la causa de tener que irse a la cama con la hora que marca el reloj y no con un deseo paterno.

6. Explicar siempre el porqué
Cuando una persona entiende el motivo de una regla, como una forma de prevenir situaciones peligrosas para sí mismo y para otros, se sentirá más animado a obedecerla.
7. Sugerir alternativas a sus peticiones no realizables
“No te puedo dar un caramelo antes de la cena, pero te puedo dar un helado de chocolate después”. Por ofrecerle alternativas, le estás enseñando que sus sentimientos y deseos son aceptables. Este es un camino de expresión más correcto.
8. Actuar consistentemente
Rutinas y reglas importantes en la familia deberían ser efectivas día tras día, aunque estés cansado o indispuesto. Si das a tu hijo la oportunidad de dar vueltas a las reglas, ellos seguramente intentarán resistirse a cumplirlas posteriormente.

9. Desaprobar la conducta, nunca al niño
Es necesario que dejemos claro para nuestros hijos que nuestra desaprobación está relacionada a su comportamiento y no directamente a ellos. No les estamos rechazando. Lejos de decir “niño malo” (desaprobación del niño), deberíamos decir “no muerdas” (desaprobación de la conducta).

10. Controlar las emociones
En ocasiones los padres nos enfadamos y en ese estado emocional es posible que reaccionemos más duramente ante las conductas problemáticas de nuestros hijos. Por eso, ante un mal comportamiento lo primero es calmarse uno mismo para poder dilucidar qué es exactamente lo que ha sucedido y cómo deberíamos proceder al respecto. Las emociones extremas dificultan que podamos enseñar con eficacia.

Cuanto más expertos nos hacemos en fijar límites, mayor es la cooperación que recibiremos de nuestros niños y menor la necesidad de aplicar consecuencias desagradables para que se cumplan los límites.